lunes, noviembre 24, 2008

Tolerancia, una virtud del corazón.

M. Gandhi: "La regla de oro de la conducta humana es la mutua tolerancia, ya que nunca compartimos todos las mismas ideas".

La Tolerancia es el reconocimiento de los derechos universales de la persona humana y de las libertades fundamentales del otro. Es el respeto y la apreciación de la riqueza y de la diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestros modos de expresión y de nuestra manera de expresar nuestra calidad como seres humanos. No es complacencia ni indiferencia.

La tolerancia es la capacidad de conceder la misma importancia a la forma de ser, de pensar y de vivir de los demás que a nuestra propia manera de ser, de pensar y de vivir. Si comprendemos que nuestras creencias y costumbres no son ni mejores ni peores que las de otras personas, sino simplemente distintas, estaremos respetando a los demás. No es preciso compartir una opinión para ser capaz de considerarla tan válida como cualquier otra. Lo que hace falta es tratar de ponerse en el lugar de los demás. Desde cada perspectiva, las cosas se perciben de una manera distinta.

Es un reto al que nos vemos abocados continuamente, en nuestras relaciones laborales, familiares y de pareja. Aceptar las diferencias del otro, tolerarlas, es respetar la necesidad de autonomía de cada uno. Se suele creer que una relación personal o de pareja tienen garantizada su unión en el tiempo cuando compartimos los mismos gustos, cuando los criterios políticos, religiosos y filosóficos parecen calcados, esto tal vez funcione, pero la base mas sólida no es la coincidencia, sino la aceptación de las diferencias: es la oportunidad de enriquecernos cuando se rompe la visión estrecha de la propia perspectiva.

Hoy la idea de la tolerancia es a priori compartida por todos. Hay algo más aceptable, que una persona tolerante, nos la imaginamos, humilde, indulgente, buena, hasta sabia. En cambio la intolerancia aparece claramente como un desatino. Cuando tenemos convicciones fuertes, ejercer la tolerancia en nuestra vida cotidiana, no nos resulta fácil. Es un esfuerzo que debemos hacer con respecto a nosotros mismos: aceptar que no siempre poseemos la verdad. Es importante recordar que existe una buena y mala tolerancia, la primera da lugar al diálogo, a la escucha, a la curiosidad con respecto a la diferencia del otro. La mala es del orden de la indiferencia: tolerar al otro no nos cuesta nada, porque en el fondo, no nos importan sus opiniones.

La tolerancia requiere conciencia, respeto y aceptación. Ser capaces de entender que el mundo es igual de válido mirado con otros ojos, desde otro punto de vista, demanda un aprendizaje: el de reconocer que las diferencias enriquecen. Comprender nuestra conexión con el universo y con el resto de la humanidad y aplica lo aprendido incrementando su comprensión de las diferentes costumbres, usos y maneras de las personas. Percibir la realidad en un sentido amplio nos induce a sentir una conexión profunda con los que nos rodean, incorporando el ejercicio de la tolerancia a la vida cotidiana.

Vale la pena hacer una aclaración: es una confusión bastante común que se malinterprete a la persona pacífica tomándola por pasiva, y también se suele entender mal al tolerante, considerándolo permisivo. Ser tolerante no implica dejar de defender aquello en lo que creemos ni permitir que nos agredan sin reaccionar.

La semilla de la tolerancia se planta con compasión y cuidado. Cuanto más afectuoso se es y más se comparte ese amor, mayor es la fuerza de ese amor. Cuando hay carencia de amor, hay falta de tolerancia. El propósito de la tolerancia es la coexistencia pacífica. Cuando la tolerancia reconoce la individualidad y la diversidad, se produce un acercamiento

La tolerancia no es un paradigma para predicar, o para un discurso utópico sobre el mañana, entre otras cosas porque ese mañana está comprometido desde el hoy. La tolerancia es un acto concreto para el presente, un acto de profundo sentido existencial y humano, y es también una prueba impostergable a la capacidad humana de amar y ser amado.

Es la llave civilizadora del Alma. Emerge con el impulso superior en la naturaleza del Amor manifestado. Es, la fraternidad espiritual entre las generaciones que construyen un destino común, compartiendo su Luz en términos de igualdad, respeto mutuo y solidaridad, sobreviene la fortaleza espiritual que se da en la toma de conciencia del vínculo sagrado e indisoluble que hay entre el átomo simiente, la creación y Dios.

La tolerancia nos da la oportunidad de soportar las peores tormentas. Sin tolerancia nos frustramos porque cuando las cosas no salen como queremos no permitimos entrar los beneficios de la tolerancia en la flexibilidad, amplitud, y variedad de cada situación. La contradicción es fuente de movimiento, de cambio, de desarrollo. Es cierto que no toda contradicción supone desarrollo, pero no hay desarrollo sin contradicción. Nada de todo lo hermoso y grande que ha realizado la humanidad se logró sin pasar por la contradicción.

La tolerancia ha de ser, por sobre todas las cosas, tolerancia al encuentro de las diferencias, al choque de lo distinto. Y esto supone, desde lo histórico constituido en nuestra subjetividad, malestar, ansiedad, desasosiego, sentimientos de desprotección. Entonces también la tolerancia para esos sentimientos íntimos que nos fragilizan contextualmente para hacernos crecer en la perspectiva temporal. Al ser personas tolerantes estamos haciendo consciencia de nuestra dignidad, pero también estamos aceptando nuestra fragilidad, nuestras limitaciones.

Tolerar implica, supone que debemos tener la capacidad de mirar, escuchar, pero sobre todo comprender, ser conscientes de que no hay ser humano perfecto, que no poseemos la verdad, que podemos reaccionar de manera equivocada ante alguna situación, que no debemos hacer juicios, como dice Viktor Frankl: “Nadie debería juzgar a nadie, a menos que, siendo completamente honesto consigo mismo, pueda asegurar que no actuaría de la misma manera en iguales circunstancias”. Compartir las diferencias nos enriquece. Dejar pasar actitudes desconsideradas e injustas es una manera indirecta de no respetar a quien las sufre. Ser tolerante es definirse, dar un paso al frente, hacer una opción por la justicia y la paz.

TOLERANCIA no es hacer concesiones, pero tampoco es indiferencia.
TOLERANCIA es conocer al otro y respetar su singularidad.

sábado, agosto 16, 2008

La autenticidad...

La autenticidad es una respuesta inmediata, directa, inteligente, sencilla, ante cada situación. Es una respuesta que se produce instantáneamente desde lo más profundo del ser, una respuesta que es completa en sí misma, y que, por lo tanto, no deja residuo, no deja energía por solucionar, no deja emociones o aspectos por resolver. Es algo que, por el hecho de ser acción total, una acción en que la persona lo expresa y lo da todo, liquida la situación en el mismo instante.

La autenticidad es la sencillez. Es lo más sencillo que hay, porque es lo que surge después de que se ha eliminado lo complejo, lo compuesto, lo adquirido.

Es la expresión más genuina de la libertad interior, libertad ésta que está en oposición a todo condicionamiento, que es la expresión directa de nuestro ser más profundo, podríamos decir más primario.

Otro aspecto de la autenticidad es que proporciona la evidencia, la certeza, la claridad, en cada momento, para valorar toda situación. En realidad, la situación implica, ya en sí misma, nuestra respuesta, porque la situación y nuestra respuesta no son dos cosas distintas, sino que constituyen una sola cosa.

Esto solamente es posible verlo cuando la mente no está dividida, cuando la mente no separa al sujeto del objeto, cuando la mente está abierta y percibe, en un solo campo de visión, todo lo que está sucediendo en aquel instante, lo que acontece en uno como sujeto, como perceptor y reactor, y lo que está ocurriendo en el exterior como estímulo, como reactivo; todo es y forma un único campo.

Esta libertad interior se traduce en una disponibilidad. Disponibilidad significa que la persona no está encerrada dentro de una línea, de una estructura prefijada, que no tiene que hacer un esfuerzo para trasladarse de una estructura a otra.

La autenticidad es ser y estar en el Centro, por lo tanto en el punto óptimo para encaminarse en cualquier dirección.

La autenticidad es, al mismo tiempo, una experiencia constante de satisfacción, de gozo, de felicidad, porque se está viviendo ese contenido profundo, ese contenido de plenitud.

domingo, julio 20, 2008

Mis limites

"El límite personal tiene que ver con aquello que es tan parte de mi ser que, al transgredirlo, no tengo posibilidad de ser feliz, porque dejo de ser yo mismo". Y aquí nuestra cultura nos juega una mala pasada al convencernos de que, si realmente quiero, puedo hacer cualquier cosa por el otro.

Los límites personales son la distancia, la división que marcamos entre tú, las otras personas y el mundo, y que depende de pensamientos, actividades y sentimientos que van o no de acuerdo a nuestros intereses y deseos particulares, entre lo que soy y no soy yo, dónde termino yo y comienza el otro o el mundo. Es una línea que trazamos para proteger a una parte o a toda nuestra vida de ser controlada, malentendida, o no considerada.

Este proceso se desarrolla con fuerza en la adolescencia, cuando se define la identidad. Es un camino que empieza al nacer y continúa a lo largo de nuestras vidas. El problema es que algo tan simple y socialmente incorporado, que en la adultez se pierde de vista y nos podemos quedar enredados en experiencias de vida inconducentes, con una dosis importante de sufrimiento e impotencia. Son pieza clave de nuestra salud interior y de la salud en nuestras relaciones; Constituyen una gran barrera o un apoyo único en el camino hacia nuestros objetivos y sueños personales y profesionales.

Cuántas veces hemos escuchado que si hay amor verdadero basta, que todo lo demás se puede resolver. Y ahí nos encontramos apostando al amor, haciendo nuestro mejor esfuerzo y, con tristeza o impotencia, dándonos cuenta de que esa frase, desgraciadamente, no siempre es correcta. Por ejemplo en nuestras relaciones de pareja, el vivir la vida desde la compañía de otros puede ser el límite de uno de los integrantes de la pareja, y el vivirla desde la intimidad y soledad puede ser el límite del otro. Al intentar transgredir sus límites por amor mutuo, están traicionando la esencia de cada uno y no logran, en ese renunciar, ser felices.

Podemos modificar la mayoría de nuestros gustos, estilos, incluso ideologías en el encuentro con otro (s), lo que posibilita las relaciones humanas. Ese microespacio que determina nuestra esencia, nuestros límites, aunque nos estemos muriendo de amor por otro, no podemos transarlo porque significa transgredirse a uno mismo, con todo el sufrimiento que eso conlleva.

Nosotros generalmente no establecemos nuestros límites de una forma entendible y consciente, sino que los vamos estableciendo dependiendo de la forma en que permitimos que nos traten. Esta actitud puede causar problemas, pues hay personas a las que hay que expresarles cuales son nuestras fronteras de una forma clara e inequívoca. La gente no adivina lo que nosotros queremos o lo que pretendemos que hagan. Esperar que nos adivinen nos puede ocasionar problemas, es mejor hablar claro. Por ejemplo: si no te gustan la forma de bromear de alguien contigo tienes que hacérselo saber porque sino esta persona continuara bromeando de la misma forma, aunque a ti no te guste.

Cuando nuestros limites son violados nos corresponde a nosotros aclarar la situación con quien los invade. Estos límites se ven fortalecidos cuando aprendemos a decir Si a algunas situaciones o a decir No a otras. El poner límites no tiene que ver nada con la agresividad ni es un acto de violencia, sino que consiste en ser sinceros cuando se pide que se nos respete. Hay que ser diplomáticos para no herir a los demás en algunas circunstancias.

Toda relación por intima que sea tiene que tener límites o parámetros. Para poder establecer relaciones que nos sean satisfactorias y para poder arreglar las conflictivas es necesario examinar nuestros límites. La gente llega a abusar de nosotros hasta donde nosotros mismos les damos permiso.

Hay límites físicos y limites emocionales, límites que fomentan el desarrollo y la madurez mientras que otros la obstaculizan, a veces somos demasiado radicales y no comprendemos y otras veces demasiado flojos. En nuestros limites en general podemos ser claros, flexibles, rígidos, y difusos.

Para poder reforzar nuestros límites personales, debemos tener la mayor claridad posible acerca de cuál es nuestra visión personal o profesional, a dónde deseamos encaminarnos, qué futuro deseamos tener. Entre mayor claridad logremos tener en describir para nosotros el futuro que deseamos, tanto mejor. El contar con límites personales claros y sólidos nos ayudará a enfocar nuestros recursos más valiosos - nuestro tiempo y energía - hacia el logro de los elementos de nuestra visión.
Para poder reforzar nuestros límites personales, debemos tener la mayor claridad posible acerca de cuál es nuestra visión personal o profesional, a dónde deseamos encaminarnos, qué futuro deseamos tener. Entre mayor claridad logremos tener en describir para nosotros el futuro que deseamos, tanto mejor. El contar con límites personales claros y sólidos nos ayudará a enfocar nuestros recursos más valiosos - nuestro tiempo y energía - hacia el logro de los elementos de nuestra visión.

Los límites personales adecuados son aquellos que van de acuerdo con nuestra visión personal y profesional. Te comparto algunas consideraciones para demarcar nuestros límites personales.

Revisa tus límites personales actuales y procura identificar en dónde tienden a ser poco claros o débiles, identifica en relación con cuál o cuáles elementos fallan. ¿Hay alguna persona con la cual deberías ser más firme, claro o asertivo? ¿De qué manera lo puedes hacer? Toma acción en fortalecer tus límites de manera proactiva y evita continuar reaccionando a situaciones que quizá tú mismo pudieras estar fomentando al no ser claro. No necesitas dar demasiadas explicaciones al respecto, solamente hacerlo de manera firme, clara y asertiva, con Amor.

Evita asumir que ya saben lo que tú prefieres o deseas. Es una trampa en la que seguido caemos, terminando inconformes y sorprendidos porque no se dieron las cosas como deseábamos. Nadie puede leer nuestra mente o nuestro corazón. Sé claro en expresar tus preferencias y tus intenciones, sobre todo cuando alguien te solicite algo que tú no deseas dar o hacer. Por ejemplo, no me siento cómodo en situaciones como la que describes, y prefiero hacerlo de la manera siguiente...

Toma en cuenta que nos es difícil decir No. Toma dedicación, esfuerzo y valentía el demarcar nuestros límites personales; Nos resulta difícil el ser directos y expresar lo que realmente deseamos o esperamos en cada caso. Los límites personales claros y los buenos modales no son mutuamente excluyentes. El demarcar límites no implica no colaborar, o no trabajar en equipo; Significa aumentar nuestra habilidad para expresar lo que realmente deseamos, y con base en ello definir lo que podemos y estamos dispuestos a hacer; y lo que no.

Define límites contigo mismo. Identifica de qué manera puedes estar tú mismo estorbando en tu camino, saboteando en mayor o menor grado tus esfuerzos por avanzar en la dirección que deseas. Evalúa qué tanto estás dispuesto a comprometerte con tu visión, y que tanto ésta implica salir de tu zona de confort actual.

Escucha a tus emociones y a tu intuición. Procura demarcar límites claros y firmes, más evita el construir muros que te aislarán de disfrutar y compartir. Tus emociones y tu intuición son la guía que te ayudará a encontrar el balance adecuado. ¿Alguna vez te has enfermado después de beber o comer algo que desde un principio te supo un poco raro?

Recuerda tú pones tus límites, tú estableces el tipo de relación que deseas, tú das la pauta a otros para que ellos establezcan como tratarte.

El amor genuino y verdadero no destruye.
El amor nutre y nos permite ser tal como somos.

lunes, julio 07, 2008

Respeto y Amor.

Respetar es tener respectus, palabra latina que originalmente indica esa mirada hacia atrás, pero que pronto significó una mirada atenta, reflexiva, considerada. El respeto es un asunto de bien mirar, de caer en la cuenta, de descubrir al otro, descubrirse en él y descubrirlo en mí. Su norma básica sigue siendo la misma desde hace miles de años: "No hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti", "Lo que quieres que hagan por ti, hazlo tú por otros" (Mt 7,12).

Este respeto se fundamenta en una palabra, aquella que me permite reconocerme otro para el otro. Respetar significa: RECONOCER.

El respeto empieza por uno mismo, ahí es que nace el respeto, se concibe, no se obtiene por medio de violencia, ni disfraces que oculten quienes somos. Ya seamos líderes, religiosos, trabajadores, estudiantes, padres, hijos, hermanos, el respeto a uno mismo, el respeto mutuo, eso es lo que hace que caminemos hacia delante.

Respetar a alguien significa reconocer lo que se presenta en él, lo qué es, cómo es… y que así está bien. Esto incluye, que yo también me respete a mi mismo. El acto de respetar lo que soy y como soy, me hace justo. Si me respeto a mí mismo y a los demás, renuncio a hacerme una imagen de cómo yo o los otros deberían ser. Sin esta imagen, no puede existir el juicio crítico discriminador de lo que podría ser mejor. Ninguna imagen artificial se interpone entre la realidad que se muestra y yo mismo. De esta manera, amo la realidad, así como se evidencia, amo así cómo soy, amo al otro así como es, y amo nuestra diferencia. Me contento de la realidad, así como se muestra.

Me alegro de mí, tal como soy… me alego del otro, tal como es… y me alegro de las diferencias que se evidencian y que me hacen darme cuenta de que yo soy diferente al otro y el otro es diferente a mí. Este respeto mantiene la distancia. No se insinúa en el otro, y tampoco permite que el otro se me insinúe, de la atribución que no me corresponde o de disponer de mí según su imagen. Por lo tanto, podemos respetarnos sin que uno quiera anular al otro.

Si necesitamos uno del otro y queremos algo uno del otro, tenemos que poner atención a… ¿nos favorecemos recíprocamente o nos inhibimos a nosotros mismos y al otro del propio desarrollo? Si tenemos que reconocer que, así como somos, impedimos el desarrollo en nosotros y en los demás, entonces el respeto no se acerca sino que s e aleja. Entonces, respetamos lo que cada quién puede y tiene que andar por su propio camino.

El amor y la alegría o contento mío y del otro en este, entonces, se profundiza y amplía. Porque finalmente, el amor y la alegría, así como el respeto… se relajan.

El amor se manifiesta básicamente como respeto, solidaridad y cuidado. El Amor es la memoria que la Unidad tiene de sí misma en la diversidad.

"La Vida es, fundamentalmente, perfecta". La vida no es una carrera sino una jornada para ser saboreada a cada paso que demos.

sábado, junio 21, 2008

Dejar de echar la culpa.

Cuando decidimos no echar la culpa —dice Mípham Rímpoche—, el mundo se abre. Comenzamos a apreciar las idiosincrasias de la vida. Tenemos más imaginación y nos volvemos más capaces de descubrir cómo avanzar con creatividad.

Echar la culpa es un asunto delicado. Cuando tratamos de encontrar un culpable fuera de nosotros mismos, estamos fracasando en el trabajo con nuestra propia mente. En vez de mirar hacia dentro, o de tener una perspectiva mayor y ver la transparencia de toda la situación, nos airamos. “Si el taxista que iba delante de mí hubiera ido más rápido, no habría llegado tarde al trabajo.” “Si otro hubiese limpiado la cocina, estaría viendo mi programa favorito de televisión en vez de tener que estar fregando este suelo.” Incluso si encontramos a alguien a quien podemos culpabilizar de nuestro dolor razonadamente, comportarnos en la vida de este modo no proporciona un verdadero alivio. Echar la culpa no hace más que sentar las bases para un mayor sufrimiento y descontento.

Parece que el mundo se está convirtiendo en un lugar demasiado pequeño como para que todos andemos blandiendo el arma de echar la culpa. ¿A dónde puede ir a parar todo esto? Cuando estamos desilusionados o frustrados, cuando estamos sufriendo o no tenemos un buen día, tendemos a buscar un objeto para echarle la culpa. “Si sólo esto cambiara, no tendría este problema” se convierte en nuestro mantra.

Mientras estemos buscando a alguien a quien culpar, nuestra mente es incapaz de calmarse. Cuando nos situamos en un marco mental en el que estamos constantemente intentando encontrar alguien o algo en el mundo a quien proyectar nuestro estado de infelicidad, haciéndole responsable de él, abandonamos la posibilidad de armonía.

Echar la culpa es una forma de agresión. Buscar fuera un objeto al que podamos imputar nuestra negatividad e irritación obstaculiza nuestra capacidad de tener paz. El camino de la meditación nos alienta a ser más grandes y más maduros, a ser más abiertos. Sugiere que nos hagamos responsables de nuestro comportamiento. Esto significa que un día tendremos simplemente que dejar de culpar al mundo.

En el camino de la meditación, reconocemos la actividad de nuestra mente de un modo muy pragmático, lo que proporciona una oportunidad de observar la actividad de la culpa. En lugar de irradiar negatividad, podemos ver que el origen real de nuestro descontento es que no estamos dispuestos a trabajar con nuestra mente. Mientras sigamos buscando un lugar al que atribuir nuestro descontento y agresión, estamos ignorando la posibilidad de desenraizarlos por medio de la sabiduría. Podríamos estar usando la mente para comprender que la agresión misma es vacía, condicionada y necia.

Esto lo vemos cuando tenemos la suficiente capacidad de darnos cuenta de lo que nos pasa, y entonces dejamos de ser tan propensos al hábito de echar la culpa. Lo cual no significa que nos hagamos masoquistas y nos culpabilicemos, sino que nos damos cuenta de que el dolor y el sufrimiento —sea como sea nuestro día— son una realidad muy básica. Podemos ver que lo estamos pasando mal, que estamos sufriendo, y eso abre nuestro corazón y nuestra mente a la realidad de que, sin importar a quien encontremos para echar la culpa, ese individuo sufre también.

El Buda esbozó cuatro verdades básicas. La primera verdad es la del sufrimiento. Podemos tener la impresión de que hay personas que sufren y otras no. Pero al decir “verdad” nos referimos a que es relevante para todos, no a que sea “verdad para algunos y no para otros” o “verdad unos días sí y otros días no.” Vivimos en un mundo donde el sufrimiento es la constante.

No deberíamos sorprendernos si descubrimos el dolor en nuestra vida; no deberíamos tomarlo como una ofensa personal. Todo el mundo tiene días malos, todo el mundo tiene dificultades, y culpar a otra persona no va a cambiar esa verdad. Echar la culpa es una manera de evitar esa verdad. No hemos fracasado como seres humanos si sufrimos. De hecho, el sufrimiento sienta las bases para comprendernos a nosotros mismos y para comprender a los demás.

Echar la culpa es un obstáculo en el camino hacia la apertura mental y la comprensión. Si culpamos a los demás cuando el mundo no gira a nuestro gusto, estamos creando unos estrechos parámetros en los que ha de encajar todo. No vemos otra salida para resolver nuestro problema; ninguna otra cosa servirá. Echar la culpa nos ancla al pasado y nos empequeñece. Nuestras posibilidades se limitan a una pequeña situación. ¿Dónde nos va a llevar ese camino de la culpa?

En esta época en que es tan fácil culpabilizar a otros países, a otras culturas, a otras maneras de pensar, echar la culpa solo agravará cualquier situación. Incluso cuando experimentamos un suceso sumamente doloroso y nos creemos totalmente justificados para señalar con el dedo una persona o un grupo concreto, estamos eligiendo empequeñecernos. Estamos confirmando una tendencia habitual y dificultando nuestra capacidad de crecer como seres humanos.

La madurez que cultivamos por medio de la meditación nos proporciona la base desde la cual podemos intentar comprender a los demás en vez de culparles. Como ha afirmado el Dalai Lama, la invasión china se convirtió en un maestro, un poderoso reto para aumentar la compasión, una oportunidad para comprender que cuando la gente hace algo que daña a los demás, ella misma está sometida al miedo y al engaño. En lugar de reconstruir en la cabeza los mismos sucesos y apuntar repetidamente la flecha de la culpabilidad a la diana que hemos elegido, también podemos decidir conscientemente girar nuestras mentes hacia algo más grande. En vez de invertir en la fijación, podemos trabajar en soltar.

Este proceso requiere disciplina y conduce a la alegría. Cuando vemos nuestra tendencia a echar la culpa y decidimos no hacerlo, el mundo se abre y entonces tenemos mucho más espacio en nuestra mente para maniobrar. Mientras que antes estábamos bajando por una carretera de un solo carril, ahora nos encontramos en una gran pradera. Sin las restricciones de la culpa, somos capaces de sentir nuestra inteligencia natural, nuestra compasión innata. Tenemos acceso a una fuente profunda de comprensión que puede incluso avivar nuestro sentido del humor. Comenzamos a apreciar las idiosincrasias de la vida. Tenemos más imaginación y nos volvemos más capaces de descubrir cómo avanzar con creatividad.

Se requiere confianza y valentía para no seguir el camino de la culpa. Vamos contra la corriente. Como estamos actuando desde un profundo sentido del darse cuenta de nosotros mismos, no somos tan predecibles. Los demás pueden pensar que somos estúpidos o que estamos locos; puede incluso que sorprendamos a la persona que espera que le echemos la culpa. Pero no somos estúpidos, de hecho, somos un poco más sabios. Esta mezcla de sabiduría y valentía nos capacita para estar más en paz con nosotros mismos. Hemos encontrado el camino de la compasión y la virtud.

Nuestros ojos y oídos, nuestra mente y corazón, tienen más capacidad para comprender. Al tomar el camino de no echar la culpa, nos dirigimos hacia un futuro que incluye la alegría y la libertad.

miércoles, mayo 21, 2008

El mecanismo psicológico de la Negación.

La negación es un mecanismo de defensa que consiste en enfrentarse a los conflictos negando su existencia o su relación. Se rechazan aquellos aspectos de la realidad que se consideran desagradables. Nos enfrentamos a conflictos emocionales y amenazas de origen interno, como una necesidad, un sentimiento, un deseo o un rasgo de personalidad, que resultan amenazantes y difíciles de reconocer o externo, por ejemplo algo que está sucediendo en nuestra vida.

Lo primero que necesitamos hacer, si queremos cambiar algo, es salir de la negación, ya que es imposible manejar lo que no aceptamos ni reconocemos. ¿Cómo buscamos soluciones a un problema si nos aferramos a la idea de que dicho problema no existe?

Salir de la negación y reconocer que hay algo que no funciona que necesita ser cambiado, e incluso reconocer que a veces no podemos solos y que necesitamos ayuda, es el primer gran paso, sin el cual no son posibles la curación y el cambio. Después de este paso, por cierto quizá el más difícil, todo lo demás viene casi por añadidura.

¿Por qué es tan difícil reconocer nuestros sentimientos mal llamados «negativos» (los sentimientos no son negativos o positivos, simplemente son), como la envidia, el resentimiento, la ira o el miedo?

¿Por qué es tan difícil aceptar que tenemos un problema, que no sabemos cómo resolverlo y que tal vez estemos equivocándonos? Porque casi todos nosotros crecimos dentro de sistemas familiares, escolares y sociales en los que aprendimos que cometer un error es vergonzoso, así como tener un problema y no saber cómo hacerle frente o necesitar ayuda; todo esto lo vemos como signo de ignorancia, debilidad y por lo tanto preferimos ocultarlo para no sentirnos tontos, débiles o ignorantes. Estos sentimientos «negativos», que todos tenemos, son tan mal vistos socialmente, que aprendemos a reprimirlos, negarlos o distorsionarlos para ser aceptados por quienes nos rodean.

Entonces, poco a poco nos convertimos en expertos en negación y vamos por la vida, a veces durante años, mintiéndonos a nosotros mismos, porque la negación es eso, una gran mentira que apuntalamos y sostenemos a costa de lo que sea para no enfrentamos a una realidad que nos resulta sumamente amenazante.

Otras importantes razones para mantener la negación son el miedo o la comodidad, ya que si reconocemos que hay un problema debemos hacer algo al respecto. Aunque parezca increíble, muchas personas continúan en negación aún después de ver evidencias clarísimas del problema. Por ejemplo, ven a su hijo consumir drogas o a su pareja tener una relación extramarital, o bien que su hija es víctima del abuso sexual de un familiar: reconocer esto implica tomar decisiones muy drásticas; un divorcio tal vez, una ruptura en las relaciones familiares, una confrontación o, en pocas palabras, entrar en un proceso difícil para el que no siempre se está preparado.

Casos drásticos de negación, como el de una madre que, teniendo frente a ella a su hijo visiblemente drogado y alcoholizado, repetía sin cesar: «No está pasando nada, todo está bien». 0 aquel adolescente que presentaba comportamientos verdaderamente alarmantes, como robar artículos en las tiendas; al serle expuesto el caso, su padre argumentaba: «Son cosas propias de la adolescencia». Y la madre de una niña de 5 años que era víctima de abuso sexual por parte de su padrastro; aun cuando la niña había informado sobre esto repetidas veces a su madre, ella le respondía: «No puede ser, seguramente estás equivocada».

Así es la negación; no es que estas personas estuvieran intencionalmente evadiendo la realidad, sino que en verdad no son capaces de verla. Porque reconocerla implicaría tocar cargas enormes de miedo, de culpa, de impotencia y tener que tomar decisiones drásticas y difíciles al respecto.

En ocasiones lo que negamos no son realidades que están sucediendo, sino sentimientos o necesidades a los que por cualquier razón no podemos hacer frente. Decimos entonces cosas como: «Claro que no me molesta», «No me duele», «No me importa», etcétera.

Otra razón por la que nos aferramos tan fuertemente a la negación es que creernos que no ver un problema o un sentimiento significa que éste se va, desaparece. Hay personas que aconsejan a alguien que está pasando por alguna situación difícil: «No pienses más en eso», o «No hables de eso». Pero las cosas no funcionan así: volver la cara, no querer reconocer un sentimiento, un problema, una realidad, no significa que desaparezca, al contrario crecerá y echará raíces y se ramificará, hasta que sea tan grande que resulte imposible no verlo. Entonces, sólo hasta entonces, la solución o el cambio se harán inminentes, aunque tal vez serán más complicados y difíciles. Existen problemas que empezaron como pequeñas y débiles ramitas y de tanto negarlos, de tanto no querer verlos, terminaron convirtiéndose en gigantescos árboles.

Para seguir sosteniéndonos en la negación, hacemos cosas como justificar, evadir o descalificar la fuente que nos está informando sobre esa realidad que no queremos ver; esa fuente puede ser una persona cercana, un libro, un conferenciante, un terapeuta, un médico, a quienes descalificamos diciendo: «No sirve», «No es bueno», «Está loco», «Es un mentiroso», etcétera.

Cuando nos veamos reflejados en alguna de las situaciones expuestas, no te recrimines, ni avergüences, pues no eres un monstruo por ello, eres tan sólo un ser humano como yo o cualquiera. Estamos haciendo lo mejor que podemos, intentamos ser un buen padre, o madre, amigo, pareja, hijo de la mejor manera que conocemos, porque detrás de cualquier cosa que hacemos y decimos estamos genuinamente buscando la felicidad y el amor, aunque, paradójicamente, lo que hacemos y decimos con frecuencia nos aleja de estas metas.

“Las emociones no son ni buenas ni malas. El problema surge de nuestra ceguera ante nuestro emocionar, y al no verlas, en el quedar atrapado en ellas. Les decimos a nuestros niños: “controlen a sus emociones”, lo que equivale a decirles: “niéguenlas” y los atrapamos en la ceguera sobre nosotros mismos. Si dijéramos: “mira tu emocionar y actúa conciente de él les abriríamos un espacio reflexivo y los invitaríamos a una libertad responsable…”. Humberto Maturana.

domingo, abril 20, 2008

El mecanismo psicologico de la Proyección.

La proyección es el proceso de atribuir a otros lo que pertenece a uno mismo, de tal forma que aquello que percibimos en los demás es en realidad una proyección de algo que nos pertenece; puede ser un sentimiento, una carencia, ideas, preocupaciones, deseos, miedos, inseguridades y recursos, una necesidad o un rasgo de nuestra personalidad. Es importante mencionar que la proyección no aparece únicamente en un sentido negativo, no sólo proyectamos en los otros nuestros conflictos de personalidad, sino también nuestras áreas de luz, de manera que todo eso que te gusta de otra persona es también una proyección de los aspectos bellos y sanos de nosotros mismos.

Todos los aspectos de nuestra personalidad nos son devueltos como reflejos. La realidad que vemos habitualmente sólo es un fiel reflejo de nuestros pensamientos, emociones y creencias.

Cada vez que decimos las palabras «tú eres» o «él es» o «ella es», estamos proyectando algo de nosotros sobre otra persona. Puede ser «eres raro», en cuyo caso inconscientemente vemos parte de nuestra propia rareza en esa persona. Cuando decimos «es una estúpida», estamos proyectando nuestra propia estupidez sobre ella. O podría ser «eres fantástico», porque vemos algo de nuestra propia maravilla en el. Si les decimos a otros que son sabios pero no aceptamos nuestra propia sabiduría, estamos proyectando nuestra sabiduría al exterior.

Cuando asumimos que otra persona siente como nosotros, estamos realizando una proyección. «Debes de sentirte fatal por eso» o «debes estar encantado» son proyecciones. Estamos colocando nuestros sentimientos sobre la otra persona. «A nadie le gusta el arroz con leche» es una proyección.

Hay una «parte oculta» en casi todas nuestras relaciones, conformada por una gran variedad de facetas, proyectadas de manera inconsciente en relación a los otros, proyecciones que se desconocen y se niegan, porque descubrirlas a veces asusta y casi siempre avergüenza, sentimos esto en muchos momentos de nuestras relaciones, sobre todo después de esas explosiones donde surgen los sentimientos reprimidos y negados, donde nos agredimos mutuamente y dejamos la marca de esas ofensas que el tiempo casi nunca borra, y que se van acumulando una sobre otra dañándonos profundamente, tanto a nosotros como a los otros.

Los invito a conocer esa «parte oculta» de nuestras relaciones, saber por qué ese otro, específicamente, nos saca tan fácilmente de nuestro centro, por qué nos desagrada tanto, por qué nos es tan difícil amarlo, por qué estamos empeñado en cambiarlo, por qué lo presionamos con tal insistencia para que haga o -deje de hacer.

Darnos cuenta de qué nos pasa nos abre la posibilidad de un cambio profundo en nuestra relación con el otro, darnos cuenta transforma, casi en segundos, estos sentimientos de rechazo, rencor y culpa, que pueden resultar devastadores. Muchas veces he sido testigo del profundo cambio de percepción y sentimientos con el solo hecho de descubrir y reconocer esa «parte oculta». Mientras no la reconozcamos, difícilmente podremos solucionar los problemas de forma real, profunda y permanente, ya que aun cuando llevemos a cabo cambios de comportamiento, de relación o de comunicación, la sombra de esa «parte oculta» seguirá contaminando y eclipsando cualquier intento de solución. (Sombra: término propuesto por Carl Jung para referirse a los aspectos indeseables de la personalidad que están fuera de nuestra conciencia.)

Mientras vivamos en un cuerpo físico en el planeta Tierra estaremos proyectando. Este mecanismo de defensa puede ser un eficaz medio de autoconocimiento, pues los demás nos permiten ver nuestros rasgos funcionales y disfuncionales, algo que sería muy difícil identificar de otro modo. Por eso se dice que las personas que nos caen mal son una maravillosa fuente de información para detectar lo que no hemos solucionado dentro de nosotros mismos.

Las personas que critican constantemente, que en todo y en todos encuentran un motivo de queja, que perciben siempre el punto negro en el mantel blanco, tienen una “Sombra” grande que constantemente la proyectan a su alrededor. Proyectamos nuestras inseguridades y nuestra sexualidad sobre los demás. La persona que está paranoica por la moralidad de los demás está proyectando su propia inmoralidad escondida.

Cuando te veas reflejado en alguna de las situaciones, no te recrimines, ni avergüences, eres tan sólo un ser humano como yo o cualquiera. Estamos haciendo lo mejor que podemos, de la mejor manera que conocemos, porque detrás de cualquier cosa que hacemos y decimos estamos genuinamente buscando la felicidad y el amor, aunque, paradójicamente, lo que hacemos y decimos con frecuencia nos aleja de estas metas.

Cuando un padre le dice a su hijo: «Eres un chico difícil», se está proyectando a sí mismo en él. Esto puede resultar muy perjudicial para el niño, que no comprende la realidad: el comentario no tiene nada que ver con él, sino con el padre. Una madre que quiere a su bebé y le repite lo hermoso y encantador que es, está proyectando positivamente su corazón generoso. Con ello los dos salen beneficiados.

Cuando dejamos de proyectar y en lugar de ello asumimos la responsabilidad de nuestros propios sentimientos, podremos decir: «Me siento incómodo cuando me haces estas preguntas», «Esto es asunto mío» «A mí me resultaría difícil aprender computación», o «Me siento muy amenazado por lo que está ocurriendo en el mundo».

La educación que recibimos y prácticamente toda la información que nos llega cada día parecen negar el mecanismo de la proyección, proponiéndonos que la realidad “externa” no está conectada con nuestro interior, sino que es un escenario rígido, sobre el que tenemos muy poco control y al que nos tenemos que tratar de ajustar.

Nuestra situación se parece un poco a la de la Humanidad descrita en la película The Matrix: personas atrapadas por una ilusión tan perfecta que no nos resulta posible “despertar” y ver el mundo tal como es. Tal vez el mayor desafío en esta vida sea el de descubrir la manera de desprendernos de este modelo que hemos heredado, y de empezar a crearnos, conscientemente, intencionalmente, un mundo mejor. Por suerte hay a nuestra disposición todo tipo de ayuda…
Cuando estamos cien por cien desapegados y seamos capaces de observar desde una perspectiva totalmente objetiva, podemos ver claramente a la persona o la situación. El ver nuestra magnificencia aumentada y reflejada en el otro nos ofrece una estupenda oportunidad para el crecimiento espiritual.

Un maestro hindú decía: “el 80% de lo que proyectamos es nuestro, el 20% restante, también…

jueves, marzo 20, 2008

Nuestro Viaje.

Nuestro viaje espiritual es un camino hacia la iluminación, en el que se nos proporcionan muchas oportunidades para sanar, crecer y aprender sobre nosotros mismos y los demás. Mientras avanzamos hacia este objetivo buscamos maestros y guías para que nos ayuden a lo largo de nuestro camino, buscando aquellos que creemos que ya han logrado iluminación o que son más iluminados de lo que estamos nosotros. Tendemos a creer que ellos pueden proporcionarnos lecciones en iluminación y acelerar el proceso. Entonces cuando nos enfrentamos con personas que nos enseñan lecciones difíciles creemos que hemos encontrado personas que son menos iluminadas de lo que somos nosotros y cuestionamos nuestro nivel de evolución espiritual. Pero estamos viendo esto de la manera equivocada porque todos son iluminados, a su manera.

La iluminación no se trata de ser espiritualmente avanzados o de lograr un estatus de maestro. Es parte del proceso de evolución y crecimiento que es nuestro viaje de vida. Y es diferente para cada uno de nosotros. Para algunos, la iluminación puede significar superar un solo miedo o creencia. Para otros puede ser el logro de un dominio espiritual. Puede tomar toda una vida avanzar un nivel o podemos movernos a través de múltiples niveles de crecimiento e iluminación. Nuestra habilidad para iluminarse depende de muchas cosas, incluyendo nuestra voluntad para sanar y crecer, nuestra habilidad para aprender y nuestro compromiso con nuestro viaje espiritual. Pero, en su mayoría, depende de lo que vinimos a aprender aquí.

Cada uno de nosotros nace con lecciones para aprender y con el tiempo aprende a reconocer nuestras lecciones. Todos eventualmente reconocen el hecho de que ciertas situaciones y circunstancias se repiten en su vida. Ya sea que elijan reconocer y trabajar con ellas o no es parte del proceso de iluminación. Quizá aquellos que no parecen crecer espiritualmente son maestros espirituales que vinieron a aprender sobre el miedo y el dolor. Y las dificultades que experimentan son parte de este proceso de aprendizaje. ¿Los hace eso menos iluminados? ¿Quién puede juzgar eso para ellos?

Atraer maestros difíciles no es un reflejo de iluminación, ya sea nuestra o la de los demás – el hecho que los atraigamos significa que existe una conexión y que podemos aprender uno de otro. La experiencia es parte de nuestro viaje. Lo que cada uno de nosotros necesita aprender de esa experiencia solamente lo sabemos nosotros. Quizá necesitemos aprender sobre la resistencia y el miedo. Quizá necesitemos ser una persistente fuerza negativa en la vida de alguien para ayudar con su aprendizaje del alma. Quizá necesitemos aprender a establecer límites. Quizá necesitemos aprender a amarnos. Cualesquiera que sean las lecciones que experimentemos con y a través de otros, la iluminación ocurre para todos. Simplemente no es lo mismo para todos.

Cuando miramos a la iluminación como un tipo de jerarquía espiritual estamos olvidando que todos nosotros somos perfectos y estamos conectados. Cada persona siempre está en el nivel perfecto de iluminación que puede lograr en cualquier momento de su vida. Es un proceso individual, así que no pueden hacerse las comparaciones. Cuando comparamos estamos juzgando a los demás y con frecuencia a nosotros. No estamos al tanto de la importancia o valor de las lecciones de alguien, así como tampoco podemos ver el completo alcance de lo que alma vino a experimentar. No es posible que sepamos cuáles son las lecciones de alguien, así como tampoco podemos saber cuán importantes son ciertas experiencias para ellos.

Si vemos a todos como iluminados y honramos su viaje, sin importar que tipo de experiencias de vida suponga eso, nos movemos dentro del espacio de no juzgar, de la aceptación y amor incondicional. Esta es una lección que toda la humanidad está experimentando en este tiempo. Es donde necesitamos estar si vamos a aceptar las oportunidades del Cambio y a crear un mundo en donde la paz, la alegría y el amor incondicional estén disponibles para todos. Ver a todos como iluminados es reconocer su viaje del alma y podemos elegir si queremos ser parte de ello o no. Nos permite decidir a quién o qué permitiremos compartir en nuestro viaje. Y esto nos traerá paz cuando recordemos que todos son iluminados y que cuando hacemos brillar nuestra luz y trabajamos en nuestras situaciones, permitimos que los demás hagan lo mismo en la perfección del viaje de su alma para crecimiento, sanación, amor y regreso a la Fuente.

Con amor en este viaje
Maria Inés

viernes, enero 25, 2008

El valor de ser lo que somos.


¿Cuántas veces has escuchado decir: "Sigamos las reglas. Es mejor no arriesgarse."?
¿Cuántos padres han predicado a sus hijos la importancia de no hacerse notar, de no sobresalir, de no diferenciarse del montón?
¿Qué habrán opinado esos hijos cuando, luego de aplicar esos sabios consejos, los resultados han sido lo contrario de lo esperado?

Seguramente que, en ese momento, no habrán estado de acuerdo con la idea de que si uno hace siempre lo correcto, lo que se espera de uno, nunca tendrá nada de que arrepentirse. Lamentablemente, la vida no es tan fácil como para que una regla o un conjunto de reglas te puedan asegurar que todo irá bien en tu vida y que nunca tendrás que lamentarte de algo que hiciste.

Puedes equivocarte tanto siguiendo las reglas como dejando de hacerlo. ¿Qué quiere decir seguir las reglas? Significa hacer lo que los demás esperan que hagas. Los demás pueden ser tus padres, tus amigos, tus maestros, cualquier persona que tenga algo que opinar sobre lo que haces o dejas de hacer. La sociedad, en general, espera de ti un determinado comportamiento, ya que eso precisamente significa vivir en sociedad: atenerse a un conjunto de reglas, las de la sociedad en que vivimos.

Existen personas que se limitan a vivir según lo que la sociedad espera de ellas; existen otras que solamente obedecen a su voluntad y no les interesa lo que puedan pensar los otros. Entre ambos extremos se encuentra la posición más adecuada para la mayoría de nosotros. Si queremos extraer más felicidad de la vida, tenemos que tener en cuenta nuestros propios deseos y necesidades, no solamente los de los demás. Por otro lado, solamente contadas personas pueden soportar enfrentarse a la sociedad y sacar algún beneficio de ello.

El ser humano es un animal gregario, no está destinado a vivir en soledad. Cuando eras aún un bebé, no tenías conciencia de la separación entre tú y el resto del mundo. Luego, poco a poco, comenzaste a darte cuenta de que tu madre no formaba parte de ti y que no podías lograr siempre que hiciera lo que tú querías. En ese momento fue cuando comenzó la oposición entre tu individualidad y la sociedad, representada por tu madre o quien sea que se ocupara de ti. Durante todo tu crecimiento biológico se fue llevando a cabo un proceso de socialización, en el cual tu individualidad libró una batalla contra las expectativas de aquellos que te rodeaban.

Del resultado de esa batalla solamente tú puedes opinar, decir si fue bueno o malo. Existen personas que son felices sin necesidad de decidir por su cuenta, haciendo en todo momento lo que los otros les dicen que hagan. Comentarios como "Los chicos buenos hacen esto" o "Las chicas decentes no hacen tal otro", van guiando los pasos del joven en desarrollo y lo van llevando por el camino que sus padres y educadores han trazado para él.

Llegado el momento de elegir una carrera o un oficio, muchos son los que, por falta de una vocación definida, terminan eligiendo lo que los otros les dicen que es lo más conveniente. Lo mismo ocurre a la hora de elegir pareja y en otros momentos menos trascendentes de la vida. Si esto para ti ha funcionado bien, es decir, te ha conducido a una vida todo lo feliz que es razonable esperar, no hay razón para que cambies la manera en que te has venido manejando.

Si, en cambio, opinas que la vida no te ha dado toda la felicidad de la que serías merecedor, sería conveniente que revises las decisiones que has tomado y en qué medida lo que los otros esperaban de ti ha influido en el rumbo que has tomado. Muchas veces la buena voluntad de los que nos aconsejan no es suficiente para lograr nuestra felicidad. Una exploración profunda de tus verdaderas necesidades puede ser indispensable para saber cuál es el camino que te conviene seguir.

El conocimiento de qué es lo que realmente deseas puede ser necesario para que tu vida sea más feliz de lo que es ahora, pero no es lo único que te hará falta. Además debes tener el valor para enfrentarte con lo que lo que los otros puedan pensar que es más conveniente para ti. Cuando de niño no se ha tenido el apoyo de unos padres que le hayan alentado a uno a tomar sus propias decisiones, el proceso puede ser bastante doloroso.

Cada vez que se tiene que tomar una decisión, y sobre todo cuando es una importante, el miedo a equivocarse hace presa de la persona. ¿Y qué pasa si elegimos la opción incorrecta? Esto es lo que todos nos preguntamos en el momento de tener que elegir. La verdad es que, en la mayoría de las decisiones que hacen a nuestra vida, nadie nos puede asegurar que nunca nos hemos de equivocar. Ello es así sencillamente porque son muchos los factores que entran en juego y nunca se puede tener seguridad sobre todos ellos.

La libertad de poder elegir tiene el precio de que podemos equivocarnos, pero esto no debe impedirnos decidir por nuestra cuenta habiendo hecho primero un cuidadoso estudio de todos los factores involucrados. No debes temer a equivocarte y no debes sentirte culpable si luego resulta que no elegiste la mejor opción, suponiendo siempre que lo hayas hecho a conciencia y después de haber pensado suficientemente lo que ibas a hacer.

sábado, enero 19, 2008

Alegria y curación.

La alegría estimula nuestros centros emocionales. Cuando éstos son estimulados, la alegría limpia y purifica todo nuestro sistema emocional. Expulsa todas las emociones negativas.
Cuando estamos alegres, no odiamos.
Cuando estamos alegres, no podemos estar enojados; ni siquiera tienes temor.
Cuando estamos alegres, no somos celosos ni vengativos.
La alegría cura nuestro cuerpo y emociones. Sin alegría, no podemos hacer nada constructivo.
La alegría coordina y sincroniza el engranaje de nuestra mentalidad. Coordina e integra nuestro cuerpo físico con el cuerpo etérico: con la parte electromagnética del cuerpo.
La alegría estimula nuestro sistema glandular.
Si nos disponemos a tomar una gran decisión, no seamos pesimistas, ni de mirada estrecha, no vacilemos, no tengamos miedo, ni nos alborotemos.
Limitémonos a estar alegres, y verás cuán acertada será tu decisión. Lo lamentable es que tomamos la mayoría de nuestras decisiones bajo presión, pesar, depresión, temor, ira u odio y, por esta razón, gran parte de ellas son erróneas. Sólo son correctas las decisiones que tomamos iluminados por la alegría, porque ésta expande nuestra conciencia, sincroniza nuestro mecanismo y elimina los prejuicios, las supersticiones y las ideas preconcebidas.
La alegría bruñe el espejo de nuestra mente, para que nuestra Alma refleje las decisiones en el lago del plano mental.
Cuando nuestros cuerpos físico, emocional y mental están sincronizados, alineados y purificados, nos hallamos en camino hacia la salud y la felicidad. Los médicos están descubriendo lentamente que, antes de curar el cuerpo, deben dar alegría al paciente.
La alegría interior es la que nos cura o ayuda al proceso curativo.
La Alegría: un Estado de Conciencia
La alegría es el gozo que se siente y experimenta solamente en la Triada Espiritual y en los planos superiores. La felicidad es la expresión más baja del gozo. Cuando estás feliz, quieres estar alegre; luego, cuando estás alegre, quieres estar gozoso.
Nos debemos volver felices, alegres y gozosos, a medida que marchamos hacia la perfección.

martes, enero 01, 2008

Un nuevo año

Un año nuevo es el infinito ir y venir de la vida
es el reencuentro con uno mismo y toda hermandad
es soltar el ayer e iluminarse con la aurora de cada amanecer
y luego volar al firmamento para tocar las estrellas cada anochecer
es saber escuchar el silencio del corazón para sentir el latido de la existencia
y abrazar su gozoso misterio
es ver la sonrisa del sol reflejada en cada mirada
es la música que hace danzar el alma
es dejar jugar al niño que llevamos dentro
es la certeza única que dios existe en cada uno de nosotros
es la eternidad del amor en acciónes la cálida y fresca plenitud de mi planeta azul
juntémonos en una sinergia de reverente amor
y alegría por el advenimiento del espíritu universal
guiando el corazón de la humanidad hacia su gran destino cósmico.

El inicio del año marca un ciclo de algo que se deja atrás y de algo que comienza. Algo nos pasa adentro, algo que nos llama a revisar la etapa que se termina y a proyectar lo nuevo que viene. Son momentos para reconectarnos con nosotros mismos y con honestidad observarse y aquilatar la propia vida.

Tiempos nuevos, tiempos para darse el tiempo de ver atardeceres, de caminar, de contemplar el sonido de las hojas de los árboles, de conversar, de jugar, de volver a Ser. Tiempos de conexión con las fuerzas pujantes del alma que siempre anhela dar nacimiento a lo que auténticamente somos. Lo que se fue solo queda en mi historia personal y en la de quienes pasaron a mi lado.

Te invito a crear una nueva mirada de mirarnos, una nueva forma de escucharnos, una nueva manera de tocarnos, una nueva ESPERANZA, EN LA FE, EN EL GOZO, EN LA ALEGRÍA, EN EL COMPARTIR Y EN EL AMOR.

Te invito a crear nuevos espacios de encuentros para compartir las risas y los llantos, los gozos y las penas, los amores y desamores, los fracasos y los éxitos, que sepamos que juntos todo lo podemos. Solos es más difícil...

Te invito a venerar el templo sagrado del Alma, nuestro cuerpo, cuidándolo, a darnos un tiempo para compartir una rica mesa, a agradecer los alimentos, a bendecir el agua, a venerar la tierra que pisamos, a mirarnos a los ojos...

Te invito a recoger del 2007 las conquistas y las pérdidas, los abrazos y los golpes. Todo tiene un sentido ante los ojos de quién aprende a vivir en la Esperanza, la Confianza y la Alegría, mi nuevo Desafío para el 2008