lunes, julio 23, 2007

Nuestros sentidos.

En nuestro caminar por el mundo, somos esos ojos, que vamos viendo, únicamente lo que queremos ver y del color que deseamos verlo... A veces buscamos más allá, sin encontrar; lo que quizás muy cerca de nosotros tenemos; o vemos con otra intensidad, las situaciones o las cosas que a diario vivimos. Nos quedamos en lo externo, en la envoltura, en aquello que nos dicen; y no intentamos ir más allá, descubrir, conocer, explorar...

Decimos tener los ojos bien abiertos y constantemente nos vamos estrellando o dejamos escapar tesoros que teníamos a nuestro lado; porque no fuimos capaces de descubrirlos, aún habiéndolos tenido al alcance de las manos...

No reconocemos nuestra ceguera interior y nos cuesta aceptar que otro nos muestre el camino, porque creemos tener la razón, ser los dueños absolutos de la verdad, y testigos de lo que es en realidad único y bello... Vemos lo que queremos ver o lo que más nos conviene, pero no logramos descubrir la grandeza que otros en su alma tienen...

Y qué decir de nuestros oídos; somos sordos a tantas cosas, y hay muchos que buscan quién les sepa escuchar; pasamos desapercibidos las voces que claman y gritan desde lo más profundo del alma, lo que sienten y lo que quieren expresar... queremos oír lo que mal se dice, para luego quererlo proclamar...

Hablamos más de la cuenta, qué difícil es aprender a callar, cuando se puede evitar una discusión o se lanzan palabras que hieren o hacen tanto mal... Dios nos ha dado dos ojos, dos oídos y una boca, para que aprendamos a ver más allá, a escuchar lo que dice el alma y hablar solo cuando sea necesario hablar, ya sea para aconsejar, consolar u orar...

El olfato nos ayuda a ser precavidos, a oler, olfatear situaciones, estar seguro de los pasos que vamos a dar...

Nuestro tacto nos permite sentir, tocar, palpar, acariciar, construir, trabajar... para no olvidar nunca nuestra humanidad y la de los demás; y ser transformadores del mundo en el que hemos de habitar...

Esos son nuestros sentidos, otro toque de la perfección de Dios, que en el hombre y la mujer quiso dejar, quizás hay quienes carecen de uno de ellos, pero desarrollan aún más, aquel que le permita vivir y experimentar el amor del Padre y Madre eternos que la vida nos quiso regalar...

Es hora de aprender a utilizar al máximo nuestros sentidos, no sea que los tengamos dormidos y cuando queramos realmente hacerlo, sea demasiado tarde y lo más valioso lo hayamos perdido

Que con tus “cinco sentidos” te llenes el alma por cada cosa que puedas oler, ver, escuchar, tocar y saborear…

viernes, julio 13, 2007

Bendito es el amor

Es difícil escribir sobre el amor porque parece que ya está todo escrito. Miles de poetas y literatos a lo largo de la historia dedicaron lo mejor de su talento a tratar de plasmar lo sublime de este sentimiento tan universal y a la vez tan difícil de definir, tan rebelde a dejarse atrapar por las palabras. Pareciera que es un tema gastado, usado, hasta trivial. Un lugar común, hablar del amor.

Es común el amor, es cierto, por suerte para el género humano. Sin embargo, esta palabrita tan singular que a veces se usa trivialmente encierra un misterio que sobrepasa el entendimiento. Se puede seguir escribiendo sobre el amor por eso mismo, porque su fuente es inagotable. La universalidad del amor, su esencia perenne se mantiene intacta a través de la multiplicidad de sus formas.

Hay tantas maneras de amar...como personas. Desde el comienzo de la creación, el Amor, Dios, graba a fuego en el corazón de cada ser humano este signo imborrable que nos hace hijos suyos. No podemos escapar de él porque nacimos de él. Se reproduce en cada una de sus manifestaciones. Amor romántico, el amor de corazones dibujados, aquel que desvela a artistas y soñadores; amor fraterno, que une a los seres que se saben iguales y compañeros; amor de amigos, el lazo singular y duradero de la amistad. El de los padres hacia los hijos, la fuerza de saberse responsable de alguien que es la propia sangre; y el de los hijos a los padres, la eterna gratitud por haberles dado la vida. Todas estas son las formas más tangibles del amor.

Pero el amor nos rodea también porque crece aún junto al odio. En esta tierra castigada, no sólo hay lugar para el amor, sino que es el amor mismo el que trabaja por la tierra. Cuando la vida presenta su lado más duro, obra el amor silencioso, que no estalla en alegría pero actúa en la penumbra. Porque es el amor sufrimiento, el amor sacrificado, el amor que muere para seguir viviendo y germinando. La cruz de Cristo, el Amor perfecto.

Creemos que no hay amor porque hay dolor, y es precisamente porque hay dolor que el amor se fortalece. Ahí donde se acaba el sentimiento tangible, nace el misterio del amor profundo. Cuando el ser humano se olvida de sí mismo, obra el milagro. Es difícil hablar del amor porque muchas veces se piensa que es una concepción de los seres humano para tapar su condena al sufrimiento, la propia palabra parece sugerir demasiado sentimentalismo para un mundo que debe ser tomado en serio.

Hablar de amor es hablar de utopías, dicen. Pareciera que la realidad es más realidad cuando golpea más fuerte, cuando más profundo es el drama. Drama que no se puede ocultar, historia que es historia de dolores, pero porqué negar aquello que es lo fundante de nuestra naturaleza humana. Nada de sentimentalismo tiene el sacrificio diario de una madre que sufre por la ingratitud de los suyos, ni el de un enfermo que ofrece su dolor por aquellos a quienes ni siquiera conoce. O el trabajador alegre que hace una labor infinitamente mayor que su salario, y el joven que renuncia a la modas por un ideal que no es el que ofrece el mundo. El amor no retribuido y que no busca el elogio es el que desconcierta al mundo.

Afortunadamente, no siempre somos concientes de nuestros propios actos de amor: correríamos el riesgo de volvernos vanidosos. Pero sale en esas situaciones en las que no sabemos porqué obramos como obramos, cuando nuestra parte demasiado humana nos dice que no fuimos lo suficientemente astutos o «nos dejamos avasallar» por los demás. Es difícil no caer en esa sensación de que estamos siendo tontos para el mundo del individualismo.

No podemos escapar del amor, no importa cuantas heridas haya dejado el hombre y siga dejando. La historia de la humanidad es historia de amor, porque viene de Dios, y Dios es Amor. Es difícil hablar del amor pero es necesario, porque siempre hay algo nuevo para decir.

sábado, julio 07, 2007

Nuestros Vinculos.

La vida humana transcurre en el contexto de una delicada red de relaciones tejidas sobre una trama de vínculos y reciprocidades. Los vínculos establecen puntos de soporte o cruce de esta red de hilos relacionales; entre los puntos se dan fuerzas de tensión y compresión que interactúan recíprocamente para establecer la cualidad y el colorido de ese tejido de consciencia.

Vínculos y reciprocidades establecen la calidad de las relaciones con nosotros y con los otros. El primer vínculo con el mundo externo se da a través de nuestros padres y estos vínculos primitivos siguen determinando en gran medida la manera como nos relacionamos por el resto de la existencia, lo que, a su vez, es un indicador mayor de la calidad de nuestras vidas. La manera como nos vinculamos, establece por ejemplo que asumamos actitudes dependientes o autónomas, que seamos capaces de autogestión y libertad, o que asumamos la actitud autocompasiva de la víctima.

Pero antes del vínculo con padre y madre hay un vínculo esencial, con aquello que realmente traemos a esta vida: el alma. Identificados con la apariencia, el cuerpo, el placer o el poder, la familia, el nombre, o el renombre, frecuentemente nos olvidamos de nuestro verdadero anclaje a la vida, el alma.

Cuando alguna vez perdemos la noción del tiempo del reloj, y experimentamos la leve y gratuita sensación de la unidad con todo, rescatamos existencialmente la conexión esencial con el alma. Entonces, una poderosa corriente nos lleva en su seno aportando un potencial desconocido a todas nuestras acciones.

El alma aclara el pensamiento, fortalece y purifica el sentimiento, genera el acto puro en el que pensar, sentir y actuar, más que fases separadas y distintas, se convierten en el proceso de fluir del ser total. En el alma se restablece la unidad perdida, todas las hojas y las ramas de la vida se unen al mismo tronco, son nutridas por la misma savia; la corriente de la vida canalizada desde el alma inunda de amor el corazón.